Reseña de teatro: Goteras

Publicado: 02/03/2024 en Opinión, Reseñas, Teatro
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Las noches de estreno siempre tienen una energía especial. Antes de la representación, el espectador habitual de un teatro podrá reconocer a miembros de la compañía y de la productora, así como a amigos y familiares de éstos o de los artistas, yendo de un sitio a otro, formando corrillos y siempre muy sonrientes. También es posible que incluso vea a algunas de esas autoridades que nunca vienen al teatro, pero que ese día aceptan gustosos una invitación, aunque esto ya depende también de quién vaya a subirse sobre el escenario, claro, tampoco van a venir al teatro así porque sí si no hay famosos, faltaría más. Por otra parte, y una vez pasados los nervios que no vemos desde el patio de butacas, los actores se ponen frente al público para que éste, siempre soberano, o eso dicen, juzgue si todos los meses que han dedicado a levantar la obra han merecido la pena o si acabarán pasando sin pena ni gloria.

Anoche, 1 de marzo, tuvimos uno de esos estrenos en el Teatro de Rojas. Asistíamos a la primera representación «oficial» de Goteras, una obra dirigida por Borja Rodríguez, escrita por Marc G. de la Varga e interpretada por Fernando Albizu, Gonzalo Ramos y Gloria Albalate. Al entrar, vemos sobre el escenario, sin telón, el salón de una casa. Un par de ventanas y puertas, un sofá, un par de mesitas y un póster de Regreso al futuro que parece ser el único elemento personal y decorativo presente en escena. Tras una pared, translúcida, se adivinan unas escaleras que suben; tras la otra, una puerta cerrada que parece llevar a otra estancia del piso. El protagonista, Toni, sale a escena y se pone a hacer algunas cosas mientras el público termina de tomar asiento y callarse. Suena el timbre del teatro, seguido del consabido mensaje al que tan poco caso se le hace respecto a móviles y demás, y se atenúan las luces. Comienza la representación.

Toni es guionista. Tal vez preferiría poder llamarse dramaturgo, pero en lo que le estrenan en el Lara y tiene éxito para aspirar a otros teatros (¿quién sabe si el Español algún día?), escribe series o lo que le salga. Tiene 35 años, ha cortado recientemente con su pareja y está en un momento de su vida en el que no sabe si viene o va; ya no es un veinteañero, e incluso la década de los 30 empieza a acercarse cada vez más al temido 4. Un día como otro cualquiera, mientras se encuentra en su salón, le caen unas molestas gotas desde el techo y descubre que acaba de formarse una señora gotera. ¿No estaba vacío el piso de arriba? ¿Cuándo ha llegado un nuevo vecino? Tras subir a ver qué pasa, conoce al responsable de las goteras, un señor de 68 años con problemas de cañerías y con quien conversa largo y tendido mientras recogen el agua. Y hasta aquí puedo contar. Si el lector de esta reseña ha leído también el argumento oficial de la obra, sabrá que hay algo más, y muy importante. Pero líbreme el teclado de destripar a nadie un elemento que se disfrutaría mucho más sin conocerlo de antemano, por mucho que lo haga la propia compañía. Os dejo con el avance en vídeo que han sacado, y podéis seguir leyendo después del salto.


Lo que sí que puedo contar es que he disfrutado muchísimo con la obra. Y ya iba siendo hora, porque al ciclo de contemporáneo del Rojas le estaba costando despegar después de la primera decepción y la segunda innombrable (por deseo de la compañía). Para empezar, el texto me ha resultado fascinante por algo tan sencillo como que no le sobra nada: es una obra de menos de 90 minutos con un ritmo impecable. Por una parte, la acción es constante, sin tiempos muertos, diálogos de relleno o escenas estiradas; por otra, no abruma al espectador, sino que también le deja respirar y procesar los acontecimientos. Parte de una premisa mucho más sencilla de lo que podría parecer y elabora con ella una comedia pura, de las que producen tanto sonrisas como carcajadas, muy bien escrita. Y lo hace manteniendo a la vez un respeto considerable por las reglas de la, digamos, lógica temporal, por difusas y mutables que puedan ser éstas en manos de cada guionista.

A lo largo de la obra me reí, y mucho en ocasiones, pero también observé el mimo con el que su autor ha introducido temas que deja ahí, unos más explicitados que otros, y que aportan una considerable carga dramática a la representación. Porque además de las risas, uno no puede evitar acabar sintiendo un pellizco en el corazón cuando reconoce su vida o su persona, si no en todo, al menos en parte, en lo que está sucediendo sobre el escenario. No es que la obra acabe cayendo en la sensiblería, nada más lejos de como al menos yo la he recibido, pero sí que va sembrando sutilmente ideas que acaban germinando al final. Ideas para que la conversación de después de la obra no sólo celebre las muchas y acertadas ocurrencias que nos han provocado la risa, sino para que también ponga sobre la mesa un debate sobre la personalidad del protagonista y sobre las decisiones que toma(mos). Desde aquí debo felicitar al autor por haber escrito un texto que funciona tan bien a todos los niveles y que no necesita ni bajar al barro para producir humor simplón ni mirarnos desde una atalaya en la que se recrea sobre su propia inteligencia. No puedo hablar por el público en general, pero al menos a mí me gusta encontrarme obras como ésta, que transitan por una fina línea entre la risa fácil y el sermón desde el púlpito para encontrar un agradable equilibrio en el que cada espectador pueda sentarse donde le apetezca.

Con todo, el texto de la obra podría ser la octava maravilla del mundo y quedar absolutamente deslucido si las interpretaciones no acompañan. Por eso es una suerte que el elenco haya querido (y podido) estar a la altura de la responsabilidad de dejar en buen lugar a la obra. Empecemos por la dama, Gloria Albalate, que tiene un papel pequeño y de poca duración en escena, pero que entra con una fuerza tremenda para que esos minutos dejen huella. Tiene la exageración necesaria para que la actuación vaya en consonancia con su vestuario, pero sin caer en el ridículo, y le aporta suficientes matices, por cómicos que puedan resultar en su mayoría, como para que el final de su escena acabe haciéndote pensar si lo mismo tendrías que haberte reído tanto; pero es que de eso se trata también, de que la unión de texto y actriz nos dé material para reírnos y luego meditar sobre lo que ha pasado. Pero bueno, que me lío, como de costumbre… Pasemos a Gonzalo Ramos, en cuyo Toni se refleja el espectador, pues descubre con él y a su misma vez todo lo que va pasando en la obra. Además, es el imprescindible contrapunto serio para que funcionen buena parte de las partes humorísticas de la obra, labor para la que realiza un muy buen papel, dejando que sus compañeros de función carguen con el mayor peso cómico, pero aportando una estupenda expresividad gestual y sentido de la oportunidad para subrayar los chistes y no sólo provocarlos, sino también ejecutarlos. Sobre sus hombros descansa la responsabilidad de que la obra funcione como es debido, y el actor sabe componer a un chico perfectamente normal al que es fácil entender y con el que se puede empatizar, pasándolo de vueltas tan sólo ligeramente, como requiere una buena comedia.

Finalmente, tenemos a Fernando Albizu, que tiene que interpretar a un solo personaje a cuyas variaciones se entrega por completo. De los tres, debo reconocer que es quien más me ha ganado por su actuación. Y no me refiero únicamente a la parte cómica, en la que se desenvuelve como un verdadero jabato capaz de arrancar la carcajada con un simple cambio del rostro, un gesto oportuno o el remate perfecto de una frase. Porque no se limita a la comedia, y su personaje esconde un profundo drama, tan hondo como el que podamos guardar cualquiera de nosotros a poco que nos pongamos a rascar, y que el actor hace aflorar muy hábilmente en determinados momentos con tan sólo trocar levemente su expresión. Si Gonzalo Ramos hace que la obra funcione, llevando al espectador de la mano por su viaje, Albizu la hace grande, más grande aún, y deja al espectador encariñado con su personaje y, por extensión, con el de Ramos.

Si tenéis la oportunidad de ver esta obra, no dejéis de hacerlo, de verdad. ¿Os gusta la comedia? Aquí tenéis una estupenda. ¿Os gustan los textos bien construidos? Aquí tenéis uno estupendo. ¿Buscáis una obra elevada que refuerce vuestras convicciones ideológicas o, por el contrario, un espectáculo de humor que se apoye en lo chabacano y las palabras gruesas? Entonces mejor buscad en otra parte, porque en esta obra no hay trincheras o dogmas, ni tampoco el recurso fácil del humor pueril disfrazado de adulto. Es una función sobre alguien normal que aspira a un final feliz, pero que, como muchos de nosotros, no sabe reconocer en qué elementos de su vida pueden producirse fugas que acaben creando goteras.

Hay un brevísimo pasaje de la función en el que me habría resultado imposible no sentirme interpelado, y quienes me estén leyendo después de haber visto la obra, o se acuerden de esta reseña después de verla, sabrán inmediatamente a qué me refiero. Pero yo no voy a ponerle 3 estrellas, principalmente porque no pongo estrellas en mis reseñas de teatro, pero también porque se merece más. En las calificaciones de estrellas, de 1 a 5, una sola estrella sería una obra mala; dos, una obra aceptable, pero poco más; y con tres estrellas pasamos al aprobado alto, una obra recomendable según para quien, pero una calificación para muchos mediocre, que pasa desapercibida. Así que no, no le pongo 3 estrellas. En lugar de eso, brindo por su futuro éxito, por verla programada en una gira larga y extensa y por que pueda llegar a pasar una temporadita en Madrid, que suele ser el objetivo de cualquier obra. Y brindo, faltaría más, por una vida de mierda.

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