Posts etiquetados ‘Teatro’

Ayer fue 25 de abril, fecha muy señalada en nuestro país de vecino y, por tanto, la escogida para realizar en el Teatro de Rojas el estreno nacional de Claveles, una obra escrita por Emma Riverola y protagonizada por Silvia MarsóAbel Folk, con dirección del mismo Folk. El motivo, por si alguien no había caído entre la fecha y el nombre, es la Revolución de los Claveles, el levantamiento que acabó con la dictadura en Portugal hace exactamente 50 años y que planea a lo largo de la representación como un hecho importante en la vida de sus personajes. Éstos, Javier y Violeta, se reencuentran tras 40 años sin verse. Javier visita a Violeta poco después del fallecimiento de su marido, Ramón, con quien conformaban un triángulo de convicciones políticas, amistad y amor. Esta visita propicia una larga conversación que vertebra la representación y en la que se mezclan los reproches, las revelaciones y los recuerdos y se entretejen pasado y presente para contarnos las relaciones y ambiciones del trío protagonista, ausente incluido.

Tanto Marsó como Folk realizan una interpretación solvente que, no obstante, no termina de engranar una última marcha que la haga destacar. En el caso de él, construye un personaje de Javier con leves toques humorísticos y vulnerables que no termina de aprovechar del todo, pues en ocasiones se mezcla la comicidad con la fragilidad. Esto dificulta en cierto modo la posibilidad de empatizar con este expolítico (si es que el prefijo se les puede aplicar realmente) cuyo dibujo en la obra no es todo lo nítido que debería; salvo que la idea sea ejemplificar los bandazos o la ambigüedad en la personalidad de Javier, no alcancé a formarme una idea completa de su persona. En cualquier caso, y pese a lo mencionado, que tampoco es culpa del actor, Folk enuncia con una dicción clara y un fraseo adecuado que realzan el texto incluso en sus partes menos destacables.

También es posible que lo anterior sea debido a que el personaje de Violeta sí está mucho más definido o, al menos, me dejó una impresión más clara, y por contraste eso hace que Javier resulte menos logrado. En la interpretación de Silvia Marsó, Violeta se presenta como una mujer de ideas muy claras, personalidad fuerte y directa y motivaciones precisas. Marsó hace gala de un amplio registro en el que pone de manifiesto sus excelentes dotes actorales dentro del papel en el que parece actuar últimamente tanto en teatro como en televisión; eso sí, me resultaría interesante verla en algo distinto para comprobar si es capaz de aplicar sus recursos a otro tipo de personaje y registro o si es que le sale así de bien porque ya lo tiene interiorizado. En todo caso, proyecta una gran presencia sobre el escenario y sus intervenciones cuentan con una fuerza y emoción que se transmite al público. (más…)

El monstruo de los jardines, de Calderón de la Barca, es la segunda propuesta que trae la sexta promoción de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico y se representará hasta el 26 de mayo en el Teatro de la Comedia de Madrid. Después del estreno de esta promoción con La discreta enamorada, de Lope de Vega, cuya reseña ya realicé en su momento y podéis leer aquí, pasan a una obra de un autor que no es que sea muy santo de mi devoción, así que veamos si la combinación de este elenco con la dirección de Iñaki Rikarte logran hacerme la obra más digerible. Hasta ahora, lo único de Calderón de lo que he salido relativamente contento fue la versión que hizo Declan Donnellan de La vida es sueño, también en el Teatro de la Comedia, porque de la versión de esa misma obra que hizo Producciones La Folía con Candela Serrat mejor ni hablamos, igual que del terrible muermo que fue Lo fingido verdadero, de la CNTC. Pero bueno, que me disperso…

La obra que nos ocupa es una comedia mitológica que versiona Aquiles en Esciros, un episodio que no aparece en la Ilíada como parte de la historia de Aquiles, pero sí en la Aquileida del poeta latino Estacio. En él, la ninfa Tetis, madre de Aquiles, lo envía disfrazado de mujer a la corte del rey de Esciros para tratar de evitar su muerte en Troya; una vez allí, se enamora de la hija del rey (a la que viola, aunque luego el romance tome tintes más usuales), pero acaba siendo descubierto por Ulises, que había acudido a la corte junto con otros líderes griegos para encontrar a Aquiles y llevarlo a Troya, pues una profecía sólo auguraba la victoria si Aquiles participaba en la guerra. Tomando esta historia como base, y manteniendo su desarrollo en gran medida, Calderón la pasa por su filtro, haciendo de Aquiles una suerte de Segismundo y añadiendo sus temas y estilo habituales.

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Qué difícil resulta realizar una reseña de una obra que es pura emoción, y más aún sin saber si el posible lector habrá visto alguna vez una obra de teatro de máscaras silente como las que hace Kulunka Teatro. Y eso que a primera vista parece fácil, ¿verdad? Al fin y al cabo, Forever no es más que una representación en la que no se pronuncia ni una sola palabra y en la que los actores van cubiertos por unas llamativas máscaras realistas. Pero claro, por otro lado, es una compañía con una trayectoria y palmarés de premios importante, así que algo tendrán…

Por ejemplo, tienen la voluntad de despojarse del lastre del texto. De ese modo, no tienen que buscar las palabras adecuadas para expresar lo que deben decir los personajes ni sopesar qué interpretación hará el espectador de lo que pronuncien los actores y cómo afectará eso a su percepción de la escena o incluso de la obra en su conjunto. Para apuntalar esa voluntad sobre el escenario, emplean una gestualidad cuya calidad quedaría empañada por cualquier cosa que pueda decir sobre ella. Es tan natural que no parece teatro, pues los actores recorren las escenas como cualquiera recorremos el pasillo de nuestra casa, pero al mismo tiempo también es tan teatral que provoca en el público el efecto justo y preciso mediante un perfecto uso de los códigos casi pavlovianos que todos tenemos en la cabeza.

Además de la falta de texto, la compañía también decide contar algo extremadamente cotidiano, como ya hicieran en obras anteriores, como Solitudes. Y cuando digo «extremadamente cotidiano», no quiero decir que cojan algo cotidiano y lo teatralicen. No, quiero decir que es extremadamente cotidiano de verdad. Tanto si hablan de la soledad, como de la pareja o del tener hijos, lo hacen sin moralizar ni exagerar, fuera de púlpitos o trincheras, plasmando a personajes de verdad que se comportan no con verosimilitud, sino con realidad. Forever cuenta una vida, o mejor dicho tres, y podemos reconocernos en sus alegrías y en sus miserias, pues se me antojaría imposible que un espectador pudiera decir que no se ha visto reflejado en algún momento de la obra.


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La voluntad de creer, del dramaturgo argentino Pablo Messiez, ganó el premio Max 2023 al mejor espectáculo y vuelve ahora a las Naves del Español del 13 al 26 de abril. Esta segunda oportunidad de ver la obra nos ha venido de perlas, ya que no pudimos asistir durante su primera estancia en Madrid, y por eso ayer mismo, día del reestreno, estábamos en segunda fila para no perder detalle.

La representación se realiza en la sala Fernando Arrabal de las Naves de Matadero y, nada más entrar, el espectador tan sólo ve los asientos y a los actores en la diáfana nave, desprovista de cualquier tipo de tarima o escenario y en la que en un principio únicamente hay unas planchas de linóleo blanco en el suelo y las columnas metálicas de la estructura. La gran puerta delantera, o trasera, según se mire, está abierta, dejando ver a los numerosos transeúntes que pasan por Matadero durante la tarde de sábado, y la considerable cantidad de ventanas que recorren la parte superior de la nave están descubiertas, por lo que la abundante luz de la soleada tarde de primavera llena el amplio espacio y casi parece que nos encontremos en el exterior.

En ese contexto, los actores se encuentran ya en la zona de actuación mientras el público accede a sus butacas, y durante los quince minutos largos que transcurren hasta el comienzo de la representación en sí, interactúan entre ellos y con el respetable, pasando de un lado a otro de la cuarta pared mientras aseveran su lugar, preguntan nombres y profesiones y cuentan cosas que harán o dirán durante la representación. Esta prefunción no sólo marca en buena medida el tono de la obra, sino que también va creando una conexión entre los espectadores y los actores que contribuye enormemente a la inmersión en su devenir.

Dicho devenir, como se explicita en el texto, se va construyendo tanto por el trabajo de los actores como por la presencia del público, y a lo largo de la obra se irá creando no solamente la historia que nos cuenta, sino también el espacio físico en el que se desarrolla, que dejará de estar desnudo para encerrarse con la escenografía. Durante el proceso, un pequeño televisor muestra una versión editada, o una colección de escenas, de la película danesa Ordet (La palabra), que es la adaptación del cineasta danés Carl Theodor Dreyer de la obra teatral homónima de Kaj Munk, en la que se basa a su vez esta La voluntad de creer. El visionado de esa película, junto con otros elementos ya mencionados, como la ruptura de la cuarta pared o la construcción física y mental de la obra, conforman un juego de espejos entre realidad, teatro y metateatro muy interesante para una obra que puede disfrutarse a distintos niveles.

Pero antes de seguir, os dejo el tráiler de la obra (correspondiente eso sí a su primer paso por Madrid, y por lo tanto con miembros del elenco que cambian en esta ocasión) y continuamos después del salto.


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Este War Baby que vimos ayer en el Teatro de Rojas es un nuevo éxito de la compañía de Yllana en el que, al más puro estilo de una película de los hermanos Marx, la compañía de David Ottone reflexiona y muestra desde el absurdo lo igualmente absurdo de unos temas que por desgracia son tan actuales y constantes como la guerra y los totalitarismos.

Si la memoria no me falla, y obviando esa cosa que fue Campeones de la comedia, lo último de Yllana que había visto fue Maestrissimo, una de las últimas obras a las que asistí antes del confinamiento, así que tenía muchas ganas de volver a reencontrarme con su humor. El mismo humor con el que tanto me he reído en espectáculos como Brokers, The GagfatherGag Movie y que, con la excepción ya mencionada, nunca decepciona. Porque Yllana podrá tener espectáculos de humor mayores y menores, pero cuando vas a ver a la compañía, sabes que saldrás del teatro con un buen saco de carcajadas a las espaldas.

War Baby, su nueva propuesta, se engloba dentro de los espectáculos mayores, con una magnífica puesta en escena y un argumento que estructura muy bien los distintos sketches de los que se compone la obra. De ese modo, se conjura el peligro de que parezcan simples números de humor aislados y unidos tan sólo por una temática común y se ofrece un hilo narrativo que potencia el desarrollo de los personajes de la obra y, por lo tanto, el humor que pueden desplegar. El espectáculo presenta un país sometido a la dictadura de un bebé en el que no cabe ningún tipo de disidencia o libertad que no se ajuste a la ideología del lactante; además del dictador, su nodriza y su alto mando militar, conoceremos al jefe de los servicios de seguridad y a varios ciudadanos, como un librero y un pacifista, que son reclutados para la guerra que el país entabla con el enemigo. Como es habitual, os dejo el teaser de la obra (en el que curiosamente he visto un par de cosas que no se hicieron ayer) y seguimos después del salto.

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En los últimos días he visto La madre en el Teatro Pavón, con un reparto encabezado por Aitana Sánchez-Gijón, y ¡Por fin solo!, en el Teatro de Rojas a mayor lucimiento de Carles Sans, el «guapo de Tricicle». Se trata de dos obras que, lógicamente, no podrían ser más distintas, pero de las cuáles he disfrutado y me han parecido muy recomendables. Aquí dejo las correspondientes reseñas y, como siempre, estaré encantado de que dejéis comentarios en la entrada con vuestro parecer sobre las obras o las reseñas.


La madre no es una obra fácil. Lo afirmo así, de primeras, para no ponerme a explicar mis impresiones y que parezca que luego las simplifico y reduzco a una sentencia tan simplona. Mejor lo digo antes de nada, para que quien quiera se quede tan sólo con eso y, quien no, pase a leer los motivos que tengo para decir algo así. Vaya también por delante que es la primera obra de teatro de Florian Zeller que veo, y que mi único acercamiento previo al autor es haber visto la adaptación cinematográfica de El hijo, que no es que me entusiasmara precisamente. El espectáculo estará en cartel en el Teatro Pavón hasta el 12 de mayo, así que tenéis mucho tiempo para ir a verla después de leer mi reseña, si es que no habéis ido ya.

En mi opinión, y hablando de lo que puede hacer que la obra guste o no a alguien, existe un gran punto a favor, que es el elenco, y dos grandes puntos en contra, que son la estructura y el personaje protagonista. Me atrevería a decir que el punto a favor es incontestable, porque todos los actores están muy bien y Aitana Sánchez-Gijón está mejor. Es innegable que la actriz realiza una interpretación fabulosa, máxime cuando tiene que lidiar con esos dos puntos que he mencionado y que desarrollaré más adelante, pues tiene que defender un personaje verdaderamente complicado en más de un sentido. Y lo hace con una maestría del gesto y la palabra que transita entre la contención y la más absoluta enajenación, capaz de trasmitir con apenas unos cambios en el rostro el estado mental de esa madre del título. Si el comportamiento del personaje resulta turbador y obsesivo, el aplomo y dicción impecables de la actriz lo revisten de un empaque y normalidad que contribuyen al sentimiento de extrañeza y potencian la fuerza dramática del texto.

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Cada vez estoy más convencido de que el mayor error que puede cometer alguien al encarar una obra de Juan Mayorga es pasarse la representación tratando de seguir y entender el argumento de la misma. Por eso es habitual oír comentarios de lo más variado que podrían resumirse en una sentencia que tanto cuenta por lo que no dice: «es muy denso». Y no nos engañemos, porque lo de seguir el argumento es una pulsión perfectamente normal; al fin y al cabo, el consumo que realizamos mayoritariamente es el de obras, series, películas o lecturas en las que lo principal suelen ser la historia, sus personajes y las acciones de éstos. Sin embargo, en gran parte de las obras de Mayorga, lo importante no es lo que pasa, sino lo que deja.

Su nueva propuesta, La colección, que se representa en el Teatro de La Abadía hasta el 21 de abril y que ya ha agotado entradas para todas las funciones, tiene un argumento, claro que sí: una pareja de ancianos sin hijos busca un heredero para la fabulosa colección que han ido reuniendo a lo largo de toda su vida, motivo por el cual hacen venir a Susana, también coleccionista, a fin de comprobar su idoneidad para quedarse con la colección. Durante los 110 minutos que dura la obra, la aspirante Susana, interpretada por Zaira Montes, interactúa y conversa con los dueños de la colección, Héctor y Berna, encarnados por José SacristánAna Marzoa, y con Carlos, un misterioso personaje cuyo rol no parece claro y al que da vida Ignacio Jiménez. Sus conversaciones serán parte de un examen para determinar la idoneidad de la aspirante a heredar la colección, ese fabuloso conjunto de cosas o piezas en torno al cual giran los temas del texto. Como de costumbre, os dejo el tráiler de la obra y seguimos después del salto.


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Por algún motivo, siempre digo que no soy demasiado entusiasta de los monólogos en teatro, ya sean los de humor (bueno, de «humor»), los soliloquios dentro de obras o los de obras como este Ramón María del Valle-Inclán que vimos ayer como parte del ciclo de teatro contemporáneo del Teatro de Rojas. Y, por algún motivo también, siempre acabo contradiciéndome cuando salgo de ver prácticamente cualquier cosa de Rafael Álvarez «el Brujo», después de haber visto el Lazarillo o el Cid de Antonio Campos o, cómo no, tras ver los Delibes que durante tanto tiempo han ofrecido José SacristánLola Herrera. Tras el Valle-Inclán de ayer, y viniendo además de su excelente Torquemada, parece que tendré que sumar también a Pedro Casablanc a esa lista de maestros del monólogo.

El espectáculo que nos ocupa, con dramaturgia y dirección de Xavier Albertí a partir de la obra homónima de Ramón Gómez de la Serna, es algo tan sencillo como contar la vida de Valle-Inclán, una biografía sin más ni más, vaya. Sin embargo, no es una biografía al uso, pues no pretende limitarse a desgranar una serie de datos y fechas primorosamente ordenados sobre la trayectoria vital del biografiado. A la hora de elaborar una biografía a su estilo, Gómez de la Serna trataba de interpretar al sujeto apropiándose en cierto modo de él, mirándose en el espejo de su vida para reflexionar sobre la suya, de modo que, como biógrafo, no permanece a la sombra del sujeto biografiado. El resultado me ha parecido muy bueno, y más aún por la forma en como se ha trasladado al teatro, pero antes de entrar en materia, y como viene siendo habitual, dejo el tráiler del espectáculo y seguimos después del salto.

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Mel Brooks no ha tenido nunca el menor reparo en echarse flores sobre su inmenso talento, exagerar o promocionarse a sí mismo o su trabajo (cosa perfectamente comprensible por otro lado), pero cuando le propusieron poner en marcha y componer él mismo una versión musical para Broadway de su película Los productores (The producers, 1967), con la que debutó como director y por la que ganó un Óscar al mejor guion original, no sé hasta qué punto pensaría que iba a batir el récord de premios Tony (12 premios en 2001) que ostentaba Hello, Dolly! desde 1964 y el récord de taquilla en un solo día (más de 3 millones y medio de dólares). Eso sí, después de haber podido ver la nueva versión española, que empezó su andadura en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid el 5 de marzo tras su exitoso paso por Barcelona, entiendo perfectamente todos los logros del original.

Ya hubo en Madrid, entre 2006 y 2007, una adaptación con Santiago Segura y José Mota en los papeles protagonistas, secundados por otros nombres conocidos, como Miguel del Arco, Ángel Ruiz o Fernando Albizu, y con un equipo creativo internacional encabezado por el director B.T. McNicholl. Solamente estuvo en cartel una única temporada, imagino que por una mezcla de motivos económicos y disponibilidad de la pareja protagonista, y no tuve ocasión de verlo, por lo que no podré establecer comparaciones con la versión de 2024 más allá de algunos vídeos que he podido encontrar en internet. Y da un poco igual, la verdad, porque este The Producers no cuenta con nombres de relumbrón (al menos para el gran público), más allá del televisivo Àngel Llàcer, quien, además de interpretar a Roger de Bacle, codirige la obra, y de Manu Guix, que realiza la adaptación musical, y lo que importa realmente por encima de los nombres de la cartelera es lo que pone sobre las tablas la obra y el disfrute del espectador que asiste a ella.

La historia de estos dos productores que buscan montar el mayor fracaso de Broadway jamás conocido como método para enriquecerse es un ejemplo perfecto del humor del que ha hecho gala Mel Brooks a lo largo de su trayectoria: parodia, farsa y sátira irreverentes hasta el mayor extremo posible sin llegar al punto de ruptura. Por eso no deja de ser arriesgado poner en escena este musical en estos tiempos de hipercorrección política donde hay tantas personas predispuestas a ofenderse sin atender a contexto ni intención, pero al igual que con The Book of Mormon, no puedo sino aplaudir que se haga, máxime cuando el resultado es tan brillante como lo que he podido ver. Como de costumbre, dejo un avance en vídeo y sigo con la reseña después del salto.

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Las noches de estreno siempre tienen una energía especial. Antes de la representación, el espectador habitual de un teatro podrá reconocer a miembros de la compañía y de la productora, así como a amigos y familiares de éstos o de los artistas, yendo de un sitio a otro, formando corrillos y siempre muy sonrientes. También es posible que incluso vea a algunas de esas autoridades que nunca vienen al teatro, pero que ese día aceptan gustosos una invitación, aunque esto ya depende también de quién vaya a subirse sobre el escenario, claro, tampoco van a venir al teatro así porque sí si no hay famosos, faltaría más. Por otra parte, y una vez pasados los nervios que no vemos desde el patio de butacas, los actores se ponen frente al público para que éste, siempre soberano, o eso dicen, juzgue si todos los meses que han dedicado a levantar la obra han merecido la pena o si acabarán pasando sin pena ni gloria.

Anoche, 1 de marzo, tuvimos uno de esos estrenos en el Teatro de Rojas. Asistíamos a la primera representación «oficial» de Goteras, una obra dirigida por Borja Rodríguez, escrita por Marc G. de la Varga e interpretada por Fernando Albizu, Gonzalo Ramos y Gloria Albalate. Al entrar, vemos sobre el escenario, sin telón, el salón de una casa. Un par de ventanas y puertas, un sofá, un par de mesitas y un póster de Regreso al futuro que parece ser el único elemento personal y decorativo presente en escena. Tras una pared, translúcida, se adivinan unas escaleras que suben; tras la otra, una puerta cerrada que parece llevar a otra estancia del piso. El protagonista, Toni, sale a escena y se pone a hacer algunas cosas mientras el público termina de tomar asiento y callarse. Suena el timbre del teatro, seguido del consabido mensaje al que tan poco caso se le hace respecto a móviles y demás, y se atenúan las luces. Comienza la representación.

Toni es guionista. Tal vez preferiría poder llamarse dramaturgo, pero en lo que le estrenan en el Lara y tiene éxito para aspirar a otros teatros (¿quién sabe si el Español algún día?), escribe series o lo que le salga. Tiene 35 años, ha cortado recientemente con su pareja y está en un momento de su vida en el que no sabe si viene o va; ya no es un veinteañero, e incluso la década de los 30 empieza a acercarse cada vez más al temido 4. Un día como otro cualquiera, mientras se encuentra en su salón, le caen unas molestas gotas desde el techo y descubre que acaba de formarse una señora gotera. ¿No estaba vacío el piso de arriba? ¿Cuándo ha llegado un nuevo vecino? Tras subir a ver qué pasa, conoce al responsable de las goteras, un señor de 68 años con problemas de cañerías y con quien conversa largo y tendido mientras recogen el agua. Y hasta aquí puedo contar. Si el lector de esta reseña ha leído también el argumento oficial de la obra, sabrá que hay algo más, y muy importante. Pero líbreme el teclado de destripar a nadie un elemento que se disfrutaría mucho más sin conocerlo de antemano, por mucho que lo haga la propia compañía. Os dejo con el avance en vídeo que han sacado, y podéis seguir leyendo después del salto.

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