Reseña de teatro: Don Ramón María del Valle-Inclán

Publicado: 10/03/2024 en Opinión, Reseñas, Teatro
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Por algún motivo, siempre digo que no soy demasiado entusiasta de los monólogos en teatro, ya sean los de humor (bueno, de «humor»), los soliloquios dentro de obras o los de obras como este Ramón María del Valle-Inclán que vimos ayer como parte del ciclo de teatro contemporáneo del Teatro de Rojas. Y, por algún motivo también, siempre acabo contradiciéndome cuando salgo de ver prácticamente cualquier cosa de Rafael Álvarez «el Brujo», después de haber visto el Lazarillo o el Cid de Antonio Campos o, cómo no, tras ver los Delibes que durante tanto tiempo han ofrecido José SacristánLola Herrera. Tras el Valle-Inclán de ayer, y viniendo además de su excelente Torquemada, parece que tendré que sumar también a Pedro Casablanc a esa lista de maestros del monólogo.

El espectáculo que nos ocupa, con dramaturgia y dirección de Xavier Albertí a partir de la obra homónima de Ramón Gómez de la Serna, es algo tan sencillo como contar la vida de Valle-Inclán, una biografía sin más ni más, vaya. Sin embargo, no es una biografía al uso, pues no pretende limitarse a desgranar una serie de datos y fechas primorosamente ordenados sobre la trayectoria vital del biografiado. A la hora de elaborar una biografía a su estilo, Gómez de la Serna trataba de interpretar al sujeto apropiándose en cierto modo de él, mirándose en el espejo de su vida para reflexionar sobre la suya, de modo que, como biógrafo, no permanece a la sombra del sujeto biografiado. El resultado me ha parecido muy bueno, y más aún por la forma en como se ha trasladado al teatro, pero antes de entrar en materia, y como viene siendo habitual, dejo el tráiler del espectáculo y seguimos después del salto.

Sin haber leído el texto original de Gómez de la Serna, no puedo atreverme a aventurar cuánta parte del mérito es suyo y cuánta es de Albertí con su adaptación, pero, en todo caso, la obra teatral es un goce constante de expresión y léxico ricos y primorosos para desgranar los datos y anécdotas con los que se nos presentan la vida y milagros de Valle-Inclán. Desde el nacimiento a la muerte, recorremos los meandros de su trayectoria saltando entre tonos, ora serios, ora burlones, pero siempre precisos y con un verdadero talento para los hallazgos lingüísticos que mejor ilustran lo relatado. Podrá debatirse si, una vez vista la representación, salimos del teatro con una visión certera de quién fue Valle-Inclán, pero da igual, puesto que la intención del autor no es tanto ésa como dar su visión interpretada de alguien a quien admiraba, empleando para ello abundantes anécdotas de todo tipo, tendentes a la exageración, en base a las cuáles se va creando el conjunto del personaje.

Además, si el texto por sí solo ofrece ya numerosas imágenes con las que imaginar al biografiado, la versión que sube a las tablas cuenta con el valor añadido del actor, un Pedro Casablanc que, sin llegar a la cumbre de su Torquemada, proeza harto difícil por la propia definición del término, demuestra una vez más de lo que es capaz un intérprete que conjuga la calidad de quien es muy bueno en su oficio con la experiencia acumulada por años de profesión. Casablanc sabe captar la atención del espectador desde el comienzo, sencillo y sobrio como un monóculo, y ya no la suelta durante los escasos 75 minutos que dura la obra; en ella no caben los tiempos muertos, y transita hábilmente desde una mayor seriedad al principio hasta momentos más esperpénticos, como no podía ser de otro modo.

Resulta admirable la soltura con la que el actor narra, canta, juega y se mete en la piel de Valle-Inclán, ceceo incluido. La maestría con la que interpreta no está reñida con el disfrute palpable en su labor, pues Casablanc parece divertirse enormemente en este espectáculo y, de igual modo que Gómez de la Serna se reflejaba en el espejo de Valle-Inclán al escribir su biografía, el espectador recibe multiplicado el goce interpretativo de Pedro Casablanc para entrar de lleno en la obra y beberse sus palabras, pendiente de todos sus gestos. Por si fuera poco, el actor tiene la gran suerte de verse acompañado por Mario Molina al piano, quien toca a las mil maravillas durante la mayor parte del espectáculo y proporciona así un fondo agradable a las palabras de Casablanc, sin olvidar momentos de complicidad entre notas y frases que puntúan determinadas ocurrencias de la obra. Si en monólogos similares la música a veces parece una simple comparsa, con contadas intervenciones, aquí toma la forma de una verdadera banda sonora de la representación que en ningún momento resulta machacona o intrusiva. Su inclusión me ha parecido un gran acierto que le suma enteros al espectáculo.

Había en el teatro numerosos estudiantes de bachillerato, imagino que por el sujeto de la obra, y espero que disfrutaran con el espectáculo tanto como lo hice yo y quieran repetir la experiencia. Son obras así las que de verdad sirven para mostrarles lo que es el teatro, y no chorradas como ésa pretendidamente pensada para acercar a los jóvenes al teatro que tuvimos que aguantar el mes pasado. Parece que, una vez pasado el bache del comienzo, lo de la semana pasada no fue un espejismo y el ciclo empieza a despegar con obras estupendas, que es a los que nos suele tener acostumbrados el Rojas. Esperemos que siga la racha.

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