Posts etiquetados ‘Opinión’

Marzo ha sido un mes parco en libros, con sólo dos títulos en mi haber, así que esta entrada será algo más corta de lo habitual, dentro de lo que soy yo, que no van a ser todo tochos de 1500 palabras en adelante.


Título: La petite fille dans le placard
Autor: Marie Lincourt
Editorial: Éditions Hugo
Valoración: Melodrama sin pasarse

Ya he contado aquí alguna vez lo de los libros en diversos idiomas procedentes de mercadillos que hacen que aparezcan por aquí lecturas que parecen no pegar nada con todo lo demás, ¿verdad? Pues efectivamente, éste es uno de ellos. Se trata de un libro que yo no me habría comprado, ni nuevo ni de mercadillo, pero que me leo por ser un regalo y descubro que no estaba tan mal como me habían hecho parecer las apariencias (o que podría haber sido mucho peor, que no tiene por qué ser lo mismo). En este caso, la grata impresión tras la lectura no es tan manifiesta como con el que leí en enero, pero me esperaba algo mucho más ínfimo y no ha sido así.

El argumento desde luego que lo tiene todo para que hubiera sido un folletín melodramático de aúpa, pues trata de una niña de seis años que tiene una madre que ríete tú de las madrastras de los cuentos, un padre que parece que sí la quiere más, pero tal vez no por los motivos adecuados, una niñera más mala que la quina y un hermano pequeño que goza de todo el cariño y atenciones de los que ella carece. El único miembro de la familia que parece verla como la niña que es y tratarla como tal es su abuela, cuyas visitas no son muy frecuentes porque su nuera no la puede ni ver.

Pese a un comienzo poco prometedor y que no parecía augurar nada más que un dramón de poca estofa, y aunque tampoco es que alcance unas cotas brillantísimas que digamos, el libro es entretenido y no me pareció que cargara tanto las tintas como podría haberlo hecho. La premisa de una niña con rubeola encerrada en un armario para que no contagie a su hermano podría parecer descabellada si no hubiéramos visto casos mucho peores en las noticias, y como la autora termina por escribir bastante bien la voz de la niña y su percepción de lo que sucede a su alrededor, el relato resulta verosímil y además transcurre a buen ritmo. (más…)

Cómo pasa el tiempo, abril dando sus últimos coletazos y mis resúmenes de marzo sin salir. Maldito trabajo… Pero bueno, como nunca es tarde si la dicha es buena, vamos con las lecturas comiqueras en forma de tomos y manga. Sigo empezando series en francés de las que tengo pendientes y recuperando lecturas que me han ido regalando, a ver si va bajando la pila poquito a poco…


Título: In.
Guionista: Will McPhail Dibujante: Will McPhail
Editorial: Sceptre Precio: 20 £
Valoración: Excelente

«‘Gentrificchiato’ offers an unwelcoming ambiance and twelve varieties of milk, nary one from an udder. It is managed/haunted by a collection of Timothees Chalamet who recommend cactus milk and then refuse to besmirch the coffee with it». Así describe el autor una de las cafeterías que recorre en su búsqueda de algo que no sabe definir, y observaciones como ésa bien merecen por sí solas el precio del tebeo (perdón, novela gráfica, que hay mucho clasista del cómic suelto).

In. es una obra semiautobiográfica que nos cuenta el día a día de Nick, un joven ilustrador dolorosamente consciente de las dificultades que encuentra para establecer conexiones con otras personas, ya sean completos desconocidos o miembros de su propia familia. Partiendo de esa base y con situaciones unas veces totalmente espontáneas y otras forzadas por Nick, vamos descubriendo cómo busca su lugar en el mundo a una edad en la que ya no se es tan joven como para seguir yendo en piloto automático y se empieza a ser más consciente de la necesidad de buscar un camino propio que tenga sentido. (más…)

Ayer fue 25 de abril, fecha muy señalada en nuestro país de vecino y, por tanto, la escogida para realizar en el Teatro de Rojas el estreno nacional de Claveles, una obra escrita por Emma Riverola y protagonizada por Silvia MarsóAbel Folk, con dirección del mismo Folk. El motivo, por si alguien no había caído entre la fecha y el nombre, es la Revolución de los Claveles, el levantamiento que acabó con la dictadura en Portugal hace exactamente 50 años y que planea a lo largo de la representación como un hecho importante en la vida de sus personajes. Éstos, Javier y Violeta, se reencuentran tras 40 años sin verse. Javier visita a Violeta poco después del fallecimiento de su marido, Ramón, con quien conformaban un triángulo de convicciones políticas, amistad y amor. Esta visita propicia una larga conversación que vertebra la representación y en la que se mezclan los reproches, las revelaciones y los recuerdos y se entretejen pasado y presente para contarnos las relaciones y ambiciones del trío protagonista, ausente incluido.

Tanto Marsó como Folk realizan una interpretación solvente que, no obstante, no termina de engranar una última marcha que la haga destacar. En el caso de él, construye un personaje de Javier con leves toques humorísticos y vulnerables que no termina de aprovechar del todo, pues en ocasiones se mezcla la comicidad con la fragilidad. Esto dificulta en cierto modo la posibilidad de empatizar con este expolítico (si es que el prefijo se les puede aplicar realmente) cuyo dibujo en la obra no es todo lo nítido que debería; salvo que la idea sea ejemplificar los bandazos o la ambigüedad en la personalidad de Javier, no alcancé a formarme una idea completa de su persona. En cualquier caso, y pese a lo mencionado, que tampoco es culpa del actor, Folk enuncia con una dicción clara y un fraseo adecuado que realzan el texto incluso en sus partes menos destacables.

También es posible que lo anterior sea debido a que el personaje de Violeta sí está mucho más definido o, al menos, me dejó una impresión más clara, y por contraste eso hace que Javier resulte menos logrado. En la interpretación de Silvia Marsó, Violeta se presenta como una mujer de ideas muy claras, personalidad fuerte y directa y motivaciones precisas. Marsó hace gala de un amplio registro en el que pone de manifiesto sus excelentes dotes actorales dentro del papel en el que parece actuar últimamente tanto en teatro como en televisión; eso sí, me resultaría interesante verla en algo distinto para comprobar si es capaz de aplicar sus recursos a otro tipo de personaje y registro o si es que le sale así de bien porque ya lo tiene interiorizado. En todo caso, proyecta una gran presencia sobre el escenario y sus intervenciones cuentan con una fuerza y emoción que se transmite al público. (más…)

El monstruo de los jardines, de Calderón de la Barca, es la segunda propuesta que trae la sexta promoción de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico y se representará hasta el 26 de mayo en el Teatro de la Comedia de Madrid. Después del estreno de esta promoción con La discreta enamorada, de Lope de Vega, cuya reseña ya realicé en su momento y podéis leer aquí, pasan a una obra de un autor que no es que sea muy santo de mi devoción, así que veamos si la combinación de este elenco con la dirección de Iñaki Rikarte logran hacerme la obra más digerible. Hasta ahora, lo único de Calderón de lo que he salido relativamente contento fue la versión que hizo Declan Donnellan de La vida es sueño, también en el Teatro de la Comedia, porque de la versión de esa misma obra que hizo Producciones La Folía con Candela Serrat mejor ni hablamos, igual que del terrible muermo que fue Lo fingido verdadero, de la CNTC. Pero bueno, que me disperso…

La obra que nos ocupa es una comedia mitológica que versiona Aquiles en Esciros, un episodio que no aparece en la Ilíada como parte de la historia de Aquiles, pero sí en la Aquileida del poeta latino Estacio. En él, la ninfa Tetis, madre de Aquiles, lo envía disfrazado de mujer a la corte del rey de Esciros para tratar de evitar su muerte en Troya; una vez allí, se enamora de la hija del rey (a la que viola, aunque luego el romance tome tintes más usuales), pero acaba siendo descubierto por Ulises, que había acudido a la corte junto con otros líderes griegos para encontrar a Aquiles y llevarlo a Troya, pues una profecía sólo auguraba la victoria si Aquiles participaba en la guerra. Tomando esta historia como base, y manteniendo su desarrollo en gran medida, Calderón la pasa por su filtro, haciendo de Aquiles una suerte de Segismundo y añadiendo sus temas y estilo habituales.

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Qué difícil resulta realizar una reseña de una obra que es pura emoción, y más aún sin saber si el posible lector habrá visto alguna vez una obra de teatro de máscaras silente como las que hace Kulunka Teatro. Y eso que a primera vista parece fácil, ¿verdad? Al fin y al cabo, Forever no es más que una representación en la que no se pronuncia ni una sola palabra y en la que los actores van cubiertos por unas llamativas máscaras realistas. Pero claro, por otro lado, es una compañía con una trayectoria y palmarés de premios importante, así que algo tendrán…

Por ejemplo, tienen la voluntad de despojarse del lastre del texto. De ese modo, no tienen que buscar las palabras adecuadas para expresar lo que deben decir los personajes ni sopesar qué interpretación hará el espectador de lo que pronuncien los actores y cómo afectará eso a su percepción de la escena o incluso de la obra en su conjunto. Para apuntalar esa voluntad sobre el escenario, emplean una gestualidad cuya calidad quedaría empañada por cualquier cosa que pueda decir sobre ella. Es tan natural que no parece teatro, pues los actores recorren las escenas como cualquiera recorremos el pasillo de nuestra casa, pero al mismo tiempo también es tan teatral que provoca en el público el efecto justo y preciso mediante un perfecto uso de los códigos casi pavlovianos que todos tenemos en la cabeza.

Además de la falta de texto, la compañía también decide contar algo extremadamente cotidiano, como ya hicieran en obras anteriores, como Solitudes. Y cuando digo «extremadamente cotidiano», no quiero decir que cojan algo cotidiano y lo teatralicen. No, quiero decir que es extremadamente cotidiano de verdad. Tanto si hablan de la soledad, como de la pareja o del tener hijos, lo hacen sin moralizar ni exagerar, fuera de púlpitos o trincheras, plasmando a personajes de verdad que se comportan no con verosimilitud, sino con realidad. Forever cuenta una vida, o mejor dicho tres, y podemos reconocernos en sus alegrías y en sus miserias, pues se me antojaría imposible que un espectador pudiera decir que no se ha visto reflejado en algún momento de la obra.


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La voluntad de creer, del dramaturgo argentino Pablo Messiez, ganó el premio Max 2023 al mejor espectáculo y vuelve ahora a las Naves del Español del 13 al 26 de abril. Esta segunda oportunidad de ver la obra nos ha venido de perlas, ya que no pudimos asistir durante su primera estancia en Madrid, y por eso ayer mismo, día del reestreno, estábamos en segunda fila para no perder detalle.

La representación se realiza en la sala Fernando Arrabal de las Naves de Matadero y, nada más entrar, el espectador tan sólo ve los asientos y a los actores en la diáfana nave, desprovista de cualquier tipo de tarima o escenario y en la que en un principio únicamente hay unas planchas de linóleo blanco en el suelo y las columnas metálicas de la estructura. La gran puerta delantera, o trasera, según se mire, está abierta, dejando ver a los numerosos transeúntes que pasan por Matadero durante la tarde de sábado, y la considerable cantidad de ventanas que recorren la parte superior de la nave están descubiertas, por lo que la abundante luz de la soleada tarde de primavera llena el amplio espacio y casi parece que nos encontremos en el exterior.

En ese contexto, los actores se encuentran ya en la zona de actuación mientras el público accede a sus butacas, y durante los quince minutos largos que transcurren hasta el comienzo de la representación en sí, interactúan entre ellos y con el respetable, pasando de un lado a otro de la cuarta pared mientras aseveran su lugar, preguntan nombres y profesiones y cuentan cosas que harán o dirán durante la representación. Esta prefunción no sólo marca en buena medida el tono de la obra, sino que también va creando una conexión entre los espectadores y los actores que contribuye enormemente a la inmersión en su devenir.

Dicho devenir, como se explicita en el texto, se va construyendo tanto por el trabajo de los actores como por la presencia del público, y a lo largo de la obra se irá creando no solamente la historia que nos cuenta, sino también el espacio físico en el que se desarrolla, que dejará de estar desnudo para encerrarse con la escenografía. Durante el proceso, un pequeño televisor muestra una versión editada, o una colección de escenas, de la película danesa Ordet (La palabra), que es la adaptación del cineasta danés Carl Theodor Dreyer de la obra teatral homónima de Kaj Munk, en la que se basa a su vez esta La voluntad de creer. El visionado de esa película, junto con otros elementos ya mencionados, como la ruptura de la cuarta pared o la construcción física y mental de la obra, conforman un juego de espejos entre realidad, teatro y metateatro muy interesante para una obra que puede disfrutarse a distintos niveles.

Pero antes de seguir, os dejo el tráiler de la obra (correspondiente eso sí a su primer paso por Madrid, y por lo tanto con miembros del elenco que cambian en esta ocasión) y continuamos después del salto.


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Este War Baby que vimos ayer en el Teatro de Rojas es un nuevo éxito de la compañía de Yllana en el que, al más puro estilo de una película de los hermanos Marx, la compañía de David Ottone reflexiona y muestra desde el absurdo lo igualmente absurdo de unos temas que por desgracia son tan actuales y constantes como la guerra y los totalitarismos.

Si la memoria no me falla, y obviando esa cosa que fue Campeones de la comedia, lo último de Yllana que había visto fue Maestrissimo, una de las últimas obras a las que asistí antes del confinamiento, así que tenía muchas ganas de volver a reencontrarme con su humor. El mismo humor con el que tanto me he reído en espectáculos como Brokers, The GagfatherGag Movie y que, con la excepción ya mencionada, nunca decepciona. Porque Yllana podrá tener espectáculos de humor mayores y menores, pero cuando vas a ver a la compañía, sabes que saldrás del teatro con un buen saco de carcajadas a las espaldas.

War Baby, su nueva propuesta, se engloba dentro de los espectáculos mayores, con una magnífica puesta en escena y un argumento que estructura muy bien los distintos sketches de los que se compone la obra. De ese modo, se conjura el peligro de que parezcan simples números de humor aislados y unidos tan sólo por una temática común y se ofrece un hilo narrativo que potencia el desarrollo de los personajes de la obra y, por lo tanto, el humor que pueden desplegar. El espectáculo presenta un país sometido a la dictadura de un bebé en el que no cabe ningún tipo de disidencia o libertad que no se ajuste a la ideología del lactante; además del dictador, su nodriza y su alto mando militar, conoceremos al jefe de los servicios de seguridad y a varios ciudadanos, como un librero y un pacifista, que son reclutados para la guerra que el país entabla con el enemigo. Como es habitual, os dejo el teaser de la obra (en el que curiosamente he visto un par de cosas que no se hicieron ayer) y seguimos después del salto.

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Como estos dos meses han sido un poco batiburrillo y hemos tenido algunos parones y cambios en nuestro patrón de series por motivos personales (y yo no he apuntado nada, como de costumbre, porque soy un desastre), voy a juntarlos en una sola entrada de febrero y marzo, porque no estoy seguro de poder distinguir qué series vimos un mes y qué series vimos otro, la verdad.

En este tiempo hemos acabado las segundas temporadas de Auga Seca y de Bosch: Legacy, series de las que ya hablé en la entrada anterior. En el primer caso, su segunda es también su última temporada, ya que cierra todas las tramas y finaliza la historia. Hasta cierto punto, la cosa no daba para dos temporadas, y sufre el tan habitual mal de las series de estos lares de tener que estirar una trama principal cuando ya está todo el pescado vendido. Las tramas secundarias terminan por ser casi inexistentes, con personajes que pasan de salir bastante a desaparecer durante episodios y otros que empiezan a tomar decisiones absurdas que son incapaces de justificar. ¿Creo que es una serie mala? No, claro. O al menos no lo es si la comparo con series que sí que considero malas (Desaparecidos, que es el listón ínfimo con el que comparo cualquier serie). Pero tampoco es ninguna maravilla a poco que te fijes en los detalles (y, a veces, sin fijarte), por lo que no puedo recomendarla frente a series policíacas mucho mejores. Aun así, puede tener su público entre los aficionados a series policíacas españolas del mismo estilo. Si queréis echarle un ojo, la tenéis en HBO.

Bosch: Legacy ya es otro cantar, y su segunda temporada me ha gustado mucho más de lo que lo hizo la primera, de la que ya dije que me pareció inferior a la serie original. Aunque las tramas siguen sin llegar a la altura de las de Bosch, aquí ha habido menos «Harry Bosch, agente secreto superespía» y algo más de investigación a la vieja usanza, interconexión de tramas y personajes y todo eso. La producción sigue siendo excelente, el elenco actúa muy bien y los guiones están lo suficientemente cuidados como para que haya pocas cosas que te puedan llamar la atención. Si veis ésta y Auga Seca, creo que resultaría imposible no darse cuenta de las diferencias. Y voy más allá del presupuesto y los valores de producción, porque lógicamente juegan en ligas diferentes. Me refiero a la atención a los detalles en cuanto a los tiempos y las ubicaciones, al cuidado del desarrollo del argumento y las tramas o al equilibrio en cuanto al uso de los personajes. También es cierto que la ventaja de ver series de calidades diversas es que acabas apreciando más y mejor todo lo que se hace bien en una producción, claro. Pero bueno, que si os interesa poneros a ver Bosch (recomendadísima sin el menor reparo) o su continuación Bosch: Legacy, las tenéis en Prime Video.

Por otro lado, los lunes hemos retomado Fantasmas, una comedia británica sobre una chica que se muda con su pareja a la mansión que ha heredado por una completa carambola y que, tras un pequeño percance, descubre que puede ver y hablar con los fantasmas que viven en la casa. Son capítulos cortos, aunque supongo que es un adjetivo fruto de las duraciones de la mayoría de series, porque en realidad debería decir que son capítulos estándar para una comedia. Tenéis la serie británica original y su versión estadounidense en la misma plataforma (Movistar), pero desconozco cómo es la yanqui. Desde luego, la original es tremendamente divertida, y las tres temporadas que hemos visto siguen encontrando formas de no resultar repetitivas. Las personalidades de los fantasmas, procedentes de distintas épocas, están muy bien definidas, y la forma de ir contándonos sus historias, junto con las andanzas de la pareja protagonista en su nueva mansión, proporcionan material suficiente para tramas episódicas y recurrentes. Si no la conocéis, dadle una oportunidad, porque su humor me parece algo más accesible que lo que solemos entender por humor británico. Eso sí, si no sois del club de la VO, probadla al menos con Fantasmas, porque el trabajo de los actores con sus personajes es de antología.

Sin dejar las comedias, aunque ésta con algo más de contenido social y algunos toques dramáticos, seguimos con Upload, en Prime Video, que me sigue pareciendo estupenda, y cada vez más. Aunque parece que toda la parte virtual se va quedando agotada, el final de la primera temporada y el comienzo de la segunda han traído unos cuantos giros que unen más que nunca el mundo real con el virtual, y los personajes están cada vez más interconectados. La parte de comedia mantiene la solidez que aprecié en sus primeros episodios, pero va siendo menos de risotada y actuando más de fondo, dejando sitio a líneas argumentales más serias, pero que también tienen momentos muy cómicos, para armar una serie bastante completa. Y si lo que queréis es comedia de reír, también hemos continuado Parks and Recreation, en HBO (aunque creo que está en más plataformas), la cual sigue la trayectoria de The Office en el sentido de que avanzar por sus temporadas perfila cada vez más a sus personajes, de manera que tanto las historias como el humor cogen velocidad de crucero. Habrá que ver si las últimas temporadas bajan un poco la calidad (o el humor), como me pareció que le ocurría a su pariente de Scranton, pero me sigue pareciendo más que recomendable.

Por supuesto, hemos acabado Line of Duty antes de que desapareciera de RTVE (lo que significa que sus temporadas ya no están disponibles en ninguna plataforma que pueda querer tener alguien de bien). Lamento tener que deciros que, si no la habéis visto y ninguna plataforma recupera sus derechos, os habéis perdido una de las mejores series policíacas que he visto (recalco el «que he visto», porque obviamente no las he visto todas, y hay mucha comprensión lectora deficiente por ahí). Es absolutamente maravilloso cómo una serie puede darles tantísima entidad propia a todas sus temporadas, de forma que cada una de las seis funciona muy bien por separado; sin embargo, a la vez se teje una trama-río que recorre de la primera a la última temporada, de modo que cada una de ellas es un capítulo de la metatemporada que resulta ser la serie en sí. La repetición de estructuras y recursos está tan bien hecha que, en lugar de resultar llamativa, se convierte en algo familiar que esperas con ganas y que incluso echas de menos si no se produce. Ya sean las frases del superintendente Hastings, desde su exasperado «God give me strength» hasta sus peculiares «Now we’re sucking diesel!» o «Jesus, Mary and Joseph and the wee donkey», el pitido de las grabaciones o los interrogatorios con abundancia de pruebas de todo tipo y que se desarrollan como sacados de un juicio de Phoenix Wright, con pruebas aplastantes que de pronto se vienen abajo o acusados que van pasando por toda la gama de emociones a medida que salen datos a relucir. No puedo decir suficientes cosas buenas, y podría resumir mi opinión en que es una de esas series que, a medida que se acababa, no podía dejar de pensar lo mucho que iba a echar de menos sentarme a verla.

Por último, hemos empezado Tulsa King en Sky Showtime, una serie creada por el señor Taylor Sheridan que, aunque parezca imposible siendo suya, no es un western, sino de mafiosos. Bueno, pero está ambientada en Tulsa y… vale, que a lo mejor un poco western sí que es, pero lógicamente mucho menos que sus otras series de la plataforma. En Tulsa King, Sylvester Stallone interpreta a Dwight Manfredi, un capo de la mafia neoyorquina que es «exiliado» a Tulsa, tierra virgen para el negocio mafioso, tras salir de la cárcel después de sopotocientos años y no tener lugar en el engranaje de su familia mafiosa actual. Tiene un tono de comedia bastante acusado y que funciona muy bien, con un Stallone disfrutando como un enano con su papel y al que le dan espacio para mostrar que también sabe actuar aunque muchos crean que no. Pensé que iba a ser una serie entretenida sin más y me ha sorprendido mucho y para bien desde el primer capítulo, así que de momento también la puedo recomendar. Entretenida es un rato, el humor está muy bien llevado y las partes de acción también funcionan fenomenal, ¿qué más se le puede pedir?

Para acabar, porque el «por último» del párrafo anterior en realidad se refería a las series del cuadrante, en este tiempo me he visto la segunda temporada de Halo, también en Sky Showtime. La mencioné medio de pasada en mi repaso al 2023 de series, y me ha alegrado un montón que la segunda temporada me haya gustado mucho más que la primera en casi todos los aspectos. El ritmo es muchísimo más dinámico, la pelma insoportable sale mucho menos (aunque parece que va a volver a salir más…), hay más acción, aprovechan más y mejor todo el universo de la saga y los cimientos que sentaron en la primera temporada han dado lugar a una historia propia que no sigue exactamente la del videojuego, pero que también funciona muy bien. Encima ya tenemos en acción al tercer bando en discordia y la temporada acaba con la presentación en pantalla de cierto personaje culpable que presagia cosas aún mejores. Sí, señor, igual que pasó con la segunda temporada de La rueda del tiempo, la segunda temporada de Halo mejora sustancialmente la anterior y, a mí al menos, me ha dejado con ganas de ver si siguen haciéndolo igual de bien o mejor en la tercera.

Ya que se siguen conjurando los astros para poder ver algunas películas en el cine aprovechando visitas teatrales a Madrid, voy a dedicarle la correspondiente reseña a lo que pueda ir viendo, no sea que se enfade la confluencia cósmica y se me fastidie el plan, que aquí está la cosa fatal para poder ver cine en condiciones.

Hoy toca hablar de Cazafantasmas: Imperio helado, una película dirigida por Gil Kenan, con guion de él mismo y de Jason Reitman, que es la secuela de Cazafantasmas: Más allá, cuyo guion era de los mismos, pero de cuya dirección se encargaba Reitman. ¿Por qué menciono esto? Pues porque si los guionistas son los mismos, habrá que achacarle al director una mayor parte de culpa de la oportunidad perdida, supongo. Y por oportunidad me refiero al haber podido tomar la base que dejaba Más allá para crear una secuela mejor sobre la que quizás seguir con la saga. Ya sé que tampoco es necesario estirar el chicle ni agotar la fórmula ni nada de eso, y que no pasa nada por hacer una o dos películas sobre algo y dejarlo ahí, pero es que le tengo mucho cariño a la franquicia y, aunque no hayan decidido tirar por el Cazafantasmas Internacional que tanto juego podría haber dado en el cine, creo que Más allá presentaba a unos personajes con suficiente gancho como para seguir jugando con ellos.

No es que a la cinta le falte ambición, sino que precisamente le sobra, y es ahí donde radica su mayor defecto. Empecemos por la enorme cantidad de personajes, pues la película cuenta con todo el elenco nuevo que se presentó en la película anterior, la práctica totalidad del elenco clásico y, además, añade secundarios nuevos. Teniendo en cuenta que la mayoría de ellos están prácticamente al mismo nivel en cuanto a su peso en la historia, es del todo inviable que la cosa funcione como debería. Si esto hubiera sido una serie y no una película, habría resultado más sencillo ir repartiendo el foco y el tiempo de la narración de modo que las tramas pudieran ir avanzando de forma más fluida; sin embargo, al contar con «sólo» dos horas de película, es inevitable que algunas escenas casi parezcan un mero relleno de trámite para no dejar descolgados a determinados protagonistas. Haber reducido el plantel de personajes o, al menos, disminuido el peso de los clásicos, habría permitido seguir desarrollando sus personalidades e historias y hacer que las intervenciones de los veteranos resultaran más especiales. Pero bueno, os dejo con el tráiler y seguimos después del salto.


Lo que mencionaba antes del tráiler supone que, frente a las tramas algo más deslavazadas del resto de personajes, la película acabe centrándose más en el de Phoebe Spengler, interpretada por McKenna Grace, y sus conflictos adolescentes. Por un lado, esto le hace mucho bien a la cinta gracias a darle más minutos de pantalla a una actriz de tanto talento como Grace y quitárselos a un actor de mucha menos calidad como Finn Wolfhard; por otro, y dejando a un lado filias y fobias, esto supone también un desequilibrio neto muy evidente respecto a Más allá, en la que Phoebe se llevaba bastantes escenas, pero donde tanto la familia Spengler como el profesor Grooberson tenían un desarrollo adecuado. Esa película contaba el conflicto de la misma y manejaba con soltura las tramas e interrelaciones de los protagonistas y los dos secundarios principales. En Imperio helado, además del conflicto con la entidad maligna de turno, tenemos la adición de los antiguos Cazafantasmas y de nuevos aliados, que se suman a los dos secundarios que vienen de la película. Demasiado. Es muy difícil prestarles a todos la atención necesaria o adecuada, amén de tener varias acciones transcurriendo de modo paralelo que complican la narrativa.

Al final, uno tiene la impresión de que el conflicto con la entidad es casi lo de menos, y que la cinta ha ido dando vueltas en torno al problema, como una bola que va girando por la pared de un sumidero y tarda una eternidad en llegar a la meta. La presentación pone la película muy arriba, pero el nudo es excesivamente largo y podría tener algo más de acción cazafantasmas para evitar el bache de tanta explicación; por su parte, el desenlace está bien resuelto, pero incluso así podría haber sido más dinámico con una batalla algo más activa que hubiera echado mano de todos los personajes que salen, que para eso los tienes, para darles un rol más activo. En definitiva, hay muchas ideas buenas en la historia, pero no tiempo suficiente para todas. Además de la amenaza principal, tenemos toda la historia de Nadeem, el uso del cuartel clásico de los Cazafantasmas, la librería ocultista de Ray, las instalaciones de investigación de fantasmas, el problema con la red de contención, la visita a la biblioteca, las tramas familiares, el pique entre Trevor y Moquete, la relación de Phoebe y Melody, las intervenciones del ahora alcalde Peck… De nuevo, si esto fuera una serie, habría estado genial contar con tanto material, pero en un largometraje de dos horas hay mucho que queda totalmente desaprovechado o que se hace sólo por los guiños nostálgicos.

Cuidado, que a mí me han encantado todos los guiños, referencias e intervenciones de los Cazafantasmas clásicos, incluso las más desaprovechadas. Ha sido genial volverlos a ver en pantalla y reencontrarme con esos personajes después de tantos años aunque haya tenido que ser a costa de inflar la película. Su aparición estelar al final de Más allá fue un estupendo remate, y teniendo en cuenta la relación familiar de los nuevos protagonistas con su compañero fallecido, era lógico que se les diera más tiempo y protagonismo al haber trasladado la acción a Nueva York. Aun así, podría haberse mimado un poco más su participación.

Y es una pena, porque la película anterior me pareció una gran puesta al día de los Cazafantasmas que podría haber dado lugar a una secuela que aplicara el «más y mejor», pero que se ha quedado en «más y más». Pese a todo, la gran mayoría de actores hacen un papel estupendo con sus personajes, pero no he podido evitar tener la sensación de que todos acaban desaprovechados, ya sean Paul RuddCarrie Coon como los cabezas de familia no excesivamente responsables o el reparto original clavando sus personajes, pero con un material menos divertido que en las películas originales. En el apartado técnico, los efectos especiales y la producción en general lucen muy bien para una película relativamente barata, pues su presupuesto de unos 100 millones de dólares es la mitad que el de películas recientes como ArgylleWishLos asesinos de la luna o que el de películas más antiguas como Terminator SalvationThe Amazing Spider-Man 2. Así, las escenas de acción están bien resueltas, los diseños de los fantasmas son atractivos y, en general, no hay nada que me haya llamado la atención de forma negativa por no estar a la altura de lo que se espera de una película como ésta.

Mi reseña puede parecer dura, pero es más por la sensación de haber salido del cine menos contento de lo que esperaba (ay, dichosas expectativas…). Aunque me haya quejado del exceso de personajes y de que la peli no fuera tan redonda como me habría gustado, y más allá del valle narrativo de la mitad que sí que se me hizo un pelín largo, me lo pasé muy bien en el cine y disfruté como un enano con el reencuentro con estos personajes. Y sí, me refiero tanto a los nuevos como a los clásicos. Si la trama familiar y de conflicto adolescente no me resultó estomagante, eso quiere decir que tanto el guion como los actores tienen un mérito que hay que reconocerles para crear un largometraje familiar, divertido y con un equilibrio bastante acertado entre la investigación paranormal y los problemas familiares. Por lo tanto, no es en absoluto recomendable para los cada vez más extendidos cínicos y amargados que miran por encima del hombro, pero sí para quienes disfrutan de la nostalgia bien entendida y de las películas familiares de acción y aventuras.

Cada vez estoy más convencido de que el mayor error que puede cometer alguien al encarar una obra de Juan Mayorga es pasarse la representación tratando de seguir y entender el argumento de la misma. Por eso es habitual oír comentarios de lo más variado que podrían resumirse en una sentencia que tanto cuenta por lo que no dice: «es muy denso». Y no nos engañemos, porque lo de seguir el argumento es una pulsión perfectamente normal; al fin y al cabo, el consumo que realizamos mayoritariamente es el de obras, series, películas o lecturas en las que lo principal suelen ser la historia, sus personajes y las acciones de éstos. Sin embargo, en gran parte de las obras de Mayorga, lo importante no es lo que pasa, sino lo que deja.

Su nueva propuesta, La colección, que se representa en el Teatro de La Abadía hasta el 21 de abril y que ya ha agotado entradas para todas las funciones, tiene un argumento, claro que sí: una pareja de ancianos sin hijos busca un heredero para la fabulosa colección que han ido reuniendo a lo largo de toda su vida, motivo por el cual hacen venir a Susana, también coleccionista, a fin de comprobar su idoneidad para quedarse con la colección. Durante los 110 minutos que dura la obra, la aspirante Susana, interpretada por Zaira Montes, interactúa y conversa con los dueños de la colección, Héctor y Berna, encarnados por José SacristánAna Marzoa, y con Carlos, un misterioso personaje cuyo rol no parece claro y al que da vida Ignacio Jiménez. Sus conversaciones serán parte de un examen para determinar la idoneidad de la aspirante a heredar la colección, ese fabuloso conjunto de cosas o piezas en torno al cual giran los temas del texto. Como de costumbre, os dejo el tráiler de la obra y seguimos después del salto.


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