Reseña de teatro: La voluntad de creer

Publicado: 14/04/2024 en Opinión, Reseñas, Teatro
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La voluntad de creer, del dramaturgo argentino Pablo Messiez, ganó el premio Max 2023 al mejor espectáculo y vuelve ahora a las Naves del Español del 13 al 26 de abril. Esta segunda oportunidad de ver la obra nos ha venido de perlas, ya que no pudimos asistir durante su primera estancia en Madrid, y por eso ayer mismo, día del reestreno, estábamos en segunda fila para no perder detalle.

La representación se realiza en la sala Fernando Arrabal de las Naves de Matadero y, nada más entrar, el espectador tan sólo ve los asientos y a los actores en la diáfana nave, desprovista de cualquier tipo de tarima o escenario y en la que en un principio únicamente hay unas planchas de linóleo blanco en el suelo y las columnas metálicas de la estructura. La gran puerta delantera, o trasera, según se mire, está abierta, dejando ver a los numerosos transeúntes que pasan por Matadero durante la tarde de sábado, y la considerable cantidad de ventanas que recorren la parte superior de la nave están descubiertas, por lo que la abundante luz de la soleada tarde de primavera llena el amplio espacio y casi parece que nos encontremos en el exterior.

En ese contexto, los actores se encuentran ya en la zona de actuación mientras el público accede a sus butacas, y durante los quince minutos largos que transcurren hasta el comienzo de la representación en sí, interactúan entre ellos y con el respetable, pasando de un lado a otro de la cuarta pared mientras aseveran su lugar, preguntan nombres y profesiones y cuentan cosas que harán o dirán durante la representación. Esta prefunción no sólo marca en buena medida el tono de la obra, sino que también va creando una conexión entre los espectadores y los actores que contribuye enormemente a la inmersión en su devenir.

Dicho devenir, como se explicita en el texto, se va construyendo tanto por el trabajo de los actores como por la presencia del público, y a lo largo de la obra se irá creando no solamente la historia que nos cuenta, sino también el espacio físico en el que se desarrolla, que dejará de estar desnudo para encerrarse con la escenografía. Durante el proceso, un pequeño televisor muestra una versión editada, o una colección de escenas, de la película danesa Ordet (La palabra), que es la adaptación del cineasta danés Carl Theodor Dreyer de la obra teatral homónima de Kaj Munk, en la que se basa a su vez esta La voluntad de creer. El visionado de esa película, junto con otros elementos ya mencionados, como la ruptura de la cuarta pared o la construcción física y mental de la obra, conforman un juego de espejos entre realidad, teatro y metateatro muy interesante para una obra que puede disfrutarse a distintos niveles.

Pero antes de seguir, os dejo el tráiler de la obra (correspondiente eso sí a su primer paso por Madrid, y por lo tanto con miembros del elenco que cambian en esta ocasión) y continuamos después del salto.


Si hablamos de esos niveles, tenemos por una parte el que podríamos considerar como más básico, al alcance de cualquier espectador, pues nos cuenta la historia de unos hermanos vascos presa de su realidad. La obra comienza con el regreso de una de las hermanas al hogar familiar, donde la esperan una hermana poeta y borracha que nunca se atrevió a marcharse, un hermano que se cree Jesús de Nazaret tal vez por exceso de lecturas de Kierkegaard y una hermana en silla de ruedas con una mezcla de resignación, pragmatismo y mala leche. La hermana que vuelve tras años de ver mundo y vivir en Argentina lo hace acompañada de su pareja lesbiana, pues quieren que ésta dé a luz en España el hijo que esperan y cuyo nacimiento es inminente. Su reencuentro con sus hermanos, junto con la adición del elemento de su pareja argentina, trastoca el delicado equilibrio de ese hogar y de sus habitantes, quienes quizás tengan más pasado que futuro.

Por suerte, esta trama que en cierto modo resulta familiar y similar al argumento de otras obras, hace que La voluntad de creer sea notablemente más accesible que, por ejemplo, Los gestos, pues a diferencia de esta última, no ofrece un todo o nada para el espectador en el que o entras en la obra del todo o la contemplas como algo ajeno, sino que puede disfrutarse dejando a un lado los elementos más elevados y extraños para verla como una suerte de comedia dramática. Porque incluso si la despojásemos del nivel que trataré a continuación, la pieza funcionaría bien, aunque entonces no se habría llevado el Max, claro está.

Así, y por encima del nivel puramente argumental, la propuesta del dramaturgo combina sus amplios parlamentos de lenguaje rico y expresivo con los elementos de metateatro ya indicados para reflexionar sobre el camino hacia la muerte, sobre la forma de afrontar ésta y, especialmente, sobre la fe o, cuanto menos, sobre la voluntad de creer que da título a la pieza. El concepto de la intencionalidad o de la voluntad está presente en la obra tanto de manera explícita como implícita, aplicado a elementos como la mentira, el libre albedrío o las decisiones que no se terminan de llevar a cabo, pero se sublima en el acto de la fe. Y no lo hace únicamente como acto en sí de creer o no, por inercia o por voluntad propia, sino que también considera dónde se sitúa esa fe; es decir, en qué o en quién se cree.

En cualquier caso, el mejor texto del mundo no sería nada si no lo defiende un trabajo actoral tan excelente como el que realiza el elenco. Todos los intérpretes actúan maravillosamente, aprovechando al máximo los recursos que les ofrecen sus personajes, ya sea una extremada contención o, por el contrario, una plena libertad corporal y gestual. La inmersión del espectador en la representación es total cuando tiene delante a unos actores que prestan tal verdad a aquello que hacen sin traicionar en ningún momento el pacto entre público e intérprete, ni siquiera al romper la cuarta pared.

Messiez ofrece una obra llena de ideas vibrantes que resuenan en la mente con la potencia de fuegos artificiales que siguen estallando cuando el anterior aún no ha dejado de iluminar el firmamento. La fuerza con la que los personajes interpelan al espectador y la lucidez del contenido de sus palabras se conjugan con el audaz ejercicio de dramaturgia de la propuesta para brindar una experiencia teatral de las que dejan poso. Si tenéis la oportunidad de verla durante el breve periodo de tiempo que estará en las Naves del Español, no dudéis en hacerlo.

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