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En los últimos días he visto La madre en el Teatro Pavón, con un reparto encabezado por Aitana Sánchez-Gijón, y ¡Por fin solo!, en el Teatro de Rojas a mayor lucimiento de Carles Sans, el «guapo de Tricicle». Se trata de dos obras que, lógicamente, no podrían ser más distintas, pero de las cuáles he disfrutado y me han parecido muy recomendables. Aquí dejo las correspondientes reseñas y, como siempre, estaré encantado de que dejéis comentarios en la entrada con vuestro parecer sobre las obras o las reseñas.


La madre no es una obra fácil. Lo afirmo así, de primeras, para no ponerme a explicar mis impresiones y que parezca que luego las simplifico y reduzco a una sentencia tan simplona. Mejor lo digo antes de nada, para que quien quiera se quede tan sólo con eso y, quien no, pase a leer los motivos que tengo para decir algo así. Vaya también por delante que es la primera obra de teatro de Florian Zeller que veo, y que mi único acercamiento previo al autor es haber visto la adaptación cinematográfica de El hijo, que no es que me entusiasmara precisamente. El espectáculo estará en cartel en el Teatro Pavón hasta el 12 de mayo, así que tenéis mucho tiempo para ir a verla después de leer mi reseña, si es que no habéis ido ya.

En mi opinión, y hablando de lo que puede hacer que la obra guste o no a alguien, existe un gran punto a favor, que es el elenco, y dos grandes puntos en contra, que son la estructura y el personaje protagonista. Me atrevería a decir que el punto a favor es incontestable, porque todos los actores están muy bien y Aitana Sánchez-Gijón está mejor. Es innegable que la actriz realiza una interpretación fabulosa, máxime cuando tiene que lidiar con esos dos puntos que he mencionado y que desarrollaré más adelante, pues tiene que defender un personaje verdaderamente complicado en más de un sentido. Y lo hace con una maestría del gesto y la palabra que transita entre la contención y la más absoluta enajenación, capaz de trasmitir con apenas unos cambios en el rostro el estado mental de esa madre del título. Si el comportamiento del personaje resulta turbador y obsesivo, el aplomo y dicción impecables de la actriz lo revisten de un empaque y normalidad que contribuyen al sentimiento de extrañeza y potencian la fuerza dramática del texto.

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